El próximo viernes se cumplen 4 años del acto organizado por
UPyD en Vistalegre con motivo de la presentación de los candidatos que
concurrieron en las elecciones locales y autonómicas de mayo de 2011.
Aquel fue un acto muy importante para UPyD, no por el número de personas que reunió, sino por lo que tuvo de ceremonia de autoafirmación y reivindicación de un proyecto nacional, que en su mayoría de edad mostraba su capacidad para concurrir a las elecciones en numerosos municipios, todas las capitales de provincia y comunidades autónomas, presentando un total 322 candidaturas y 7.171 candidatos en toda España.
En aquel acto hubo intervenciones memorables, como la de Álvaro Pombo, la de José Luis Alonso de Santos, la de Toni Cantó, la de Luis de Velasco, la de la propia Rosa Diez…, pero quiero hacer mención especial a la de Fernando Iwasaki, que a mi modo de ver situó a los candidatos y a todos nosotros frente al espejo del partido que hicimos nacer en 2007. (https://www.youtube.com/watch?v=TIUOEXvYHD8). Iwasaki soltó algunas perlas que hoy convendría recordar: “UPyD nació con vocación pedagógica y no con vocación de bisagra”. Esto de la vocación pedagógica debería ser refrescado a los que tienen tanta prisa. Deberíamos tener claro que sin pedagogía previa no obtendremos logros políticos. Nuestro producto, nuestro discurso, nuestro objetivo no es cómodo, no es fácil de digerir sin una necesaria labor pedagógica previa. Ya sabemos que hemos hecho mucha pedagogía, pero evidentemente no ha sido suficiente. Mucha más es la que nos queda por hacer.
Pero de todo lo que dijo Fernando Iwasaki, quizá lo más importante fue la identificación explícita de nuestros valores, algo que muchos suponíamos que todos teníamos asumidos, y que a la larga se ha mostrado que no era del todo así. Fernando dijo: “UPyD nació para defender principios y no para pastelear con ellos”. Esto como proclama discursiva queda muy bien, y uno piensa que es sencillo de entender y de llevar a la práctica, pero la tozuda realidad nos ha enseñado que no lo es tanto.
Cometimos un error de simplificación imperdonable el día que señalamos como objetivo político romper el bipartidismo. Algunos se quedaron en esa superficie, y no entendieron que no se trataba de eso, o al menos no sólo se trataba de eso. Si se tratara de eso, desde luego lo mejor que podemos hacer hoy sería pactar con Ciudadanos o con Podemos. De lo que se trataba es de regenerar la democracia, de cambiar los vicios, las formas y los modos de la política española, de defender la libertad y la igualdad desde la honradez y de desterrar la corrupción moral, esa que no persiguen los jueces porque no es delito, esa que sólo podemos perseguir los ciudadanos con nuestro comportamiento diario. Y en este empeño los planteamientos ideológicos pasan a un segundo lugar. Tenemos mucho más que ver con quienes tienen claro el valor de la democracia, de la ley, de la palabra dada, de la rendición de cuentas, de la transparencia, de la lucha pasiva y activa contra la corrupción aunque podamos diferir en propuestas programáticas que con quienes esto no lo tienen claro, aunque podamos coincidir en más puntos.
El problema es que la afirmación “venimos a defender principios no a pastelear con ellos”, es tan simple que no se puede aprender. Podemos aprender y aprender a explicar qué significa eso de la transversalidad, de que no somos ni de izquierdas ni de derechas, de hecho nuestros cargos públicos, portavoces y candidatos, llevan 7 años sometidos a un férreo entrenamiento en la materia y ya tienen adquiridas como resortes todas las posibles respuestas. Podemos aprender qué significa nuestro modelo de estado federal cooperativo. A algunos les ha costado más que a otros entenderlo y explicarlo, pero en términos generales lo hemos conseguido, al menos creo que nosotros lo tenemos claro, aunque muchos ciudadanos sigan sin verlo (más pedagogía hace falta). Podemos explicar nuestra propuesta de reforma de la administración, de fusión de municipios, de supresión de las diputaciones. Escribimos un libro sobre el coste del estado autonómico, hicimos propuestas concretas de fusión municipal, y fuimos capaces de explicar a los ciudadanos que no van a perder su pueblo, que se trata sólo de reorganizar la Administración. Los nuestros supieron entenderlo, y si alguno sigue albergando dudas, ahí tienen a Ramón Marcos para aclarárselas. Supimos aprender y por tanto explicar cuál es nuestra propuesta de contrato único indefinido o la de la ley de segunda oportunidad para los hipotecados. Nuestro diputado Álvaro Anchuelo las desarrolló, documentó y justificó perfectamente y ahí están, a disposición de los ciudadanos y de nuestros portavoces y representantes para entenderlas y explicarlas. Supimos explicar en qué consistía la falacia del derecho a decidir. En una intervención memorable de nuestra portavoz Rosa Díez en el Congreso, fuimos capaces de que la entendieran todos los demócratas y que incluso la votaran aunque fuera a regañadientes la inmensa mayoría de los representantes de los españoles. Pudimos entender, porque Toni Cantó lo entendió y nos lo supo explicar, que los animales no tienen derechos, que somos las personas las que tenemos los derechos y por tanto la obligación de no maltratarlos. Por aprender, incluso se puede aprender cómo funciona el mercado eléctrico en este país, cómo se confecciona el precio de la electricidad y como sigue siendo necesario auditar la forma en que se establece la estructura de costes. A Carlos Martínez Gorriarán, profesor de filosofía, no ingeniero industrial ni economista, le ha llevado un buen tiempo entenderlo y explicarlo, pero hoy posiblemente es una de las voces más autorizadas en la materia.
Se pueden aprender y entender muchas cosas, claro que se puede. Pero eso de que con los principios no se pastelea no se aprende en ninguna parte. Eso debemos tenerlo incorporado de fábrica, eso es algo que o lo traemos interiorizado desde niños, o ningún aprendizaje, ningún ensayo teatral, ninguna regla nemotécnica, ningún recitado como si de un loro se tratara lo puede lograr.
UPyD no es un conjunto de puristas jacobinos como algunos nos retratan. No somos ninguna élite moral, simplemente somos como hemos decidido ser, como nos hemos obligado a ser. Tenemos una enorme capacidad de llegar a pactos, de hacer cesiones para alcanzar acuerdos en todas aquellas materias en que sea posible hacerlo. Hemos pactado iniciativas parlamentarias con el PP, con el PSOE con Izquierda Plural, con ERC, con CiU, con el PNV… Somos gente de orden, de sentido común, con los pies en el suelo y pragmáticos en la medida de lo posible y necesario. Pero hacer pactos electorales previos con quienes no compartes principios morales y democráticos básicos, esos que no se dicen, que no se pueden impostar, que no se pueden explicar, esos que sólo se muestran con el comportamiento, eso no es posible. Y esto es algo que se entiende o no se entiende. Son de esas cosas que si para entenderlas hace falta más de una palabra, no merece la pena explicarlo.
Sobra decir que afrontamos estas próximas elecciones con una crisis interna de dimensiones considerables, pero no me engaño si digo que a este partido le queda mucha guerra por dar. Quienes auguran nuestra desaparición son ajenos al carácter indestructible de la moral de los que sabemos que hacemos lo correcto. El mortero que aglutina las piezas de UPyD no es el interés económico, ni el afán de protagonismo, ni la necesidad de alimentar miradas de correligionarios, ni el estar por estar, nuestro mortero es el más potente de todos, la convicción de saber que somos necesarios, que este país no puede permitirse prescindir del único partido insobornable, que pone en riesgo su propia existencia por defender lo que nadie defiende.
Acabo como empecé, recordando a Fernando Iwasaki en Vistalegre hace un año. Él no hizo una arenga política al uso, habló de valores, proclamó los de UPyD y reivindicó la rectitud, la decencia y la honestidad como esas señas de identidad que nunca debemos perder. Culminó su intervención diciendo que los adversarios nos pueden indignar, pero no nos pueden avergonzar, porque no son de los nuestros, que sólo los nuestros pueden hacerlo, que sólo uno de los nuestros puede arrasarnos de vergüenza a todos.
Él se dirigía a nuestros candidatos de entonces, miles de hombres y mujeres, anónimos para la mayoría, y para los que cabía la posibilidad cierta de la duda. Pasado cuatro años, puedo decir que ninguno de nuestros 152 concejales y 17 diputados en el País Vasco, Asturias, Madrid, Congreso y Parlamento Europeo me ha avergonzado. No me avergonzó nuestra concejala en Cartaya ni nuestros concejales en Armilla, que fueron expedientados por mantener pactos postelectorales encubiertos con la fuerza más votada de su municipio, en ambos casos el Partido Popular, desoyendo las directrices de la Dirección y defraudando la palabra dada a los ciudadanos (en el caso de Cartaya el detonante fue su voto favorable a la privatización de la gestión del agua). Ni siquiera ellos me avergonzaron; me defraudaron, me decepcionaron, pero no me avergonzaron. Ese triste honor de avergonzarme lo están consiguiendo otros mucho más significados en estos últimos meses y días, negando la transparencia, mintiendo y practicando la vieja política que vinimos a cambiar.
Aquel fue un acto muy importante para UPyD, no por el número de personas que reunió, sino por lo que tuvo de ceremonia de autoafirmación y reivindicación de un proyecto nacional, que en su mayoría de edad mostraba su capacidad para concurrir a las elecciones en numerosos municipios, todas las capitales de provincia y comunidades autónomas, presentando un total 322 candidaturas y 7.171 candidatos en toda España.
En aquel acto hubo intervenciones memorables, como la de Álvaro Pombo, la de José Luis Alonso de Santos, la de Toni Cantó, la de Luis de Velasco, la de la propia Rosa Diez…, pero quiero hacer mención especial a la de Fernando Iwasaki, que a mi modo de ver situó a los candidatos y a todos nosotros frente al espejo del partido que hicimos nacer en 2007. (https://www.youtube.com/watch?v=TIUOEXvYHD8). Iwasaki soltó algunas perlas que hoy convendría recordar: “UPyD nació con vocación pedagógica y no con vocación de bisagra”. Esto de la vocación pedagógica debería ser refrescado a los que tienen tanta prisa. Deberíamos tener claro que sin pedagogía previa no obtendremos logros políticos. Nuestro producto, nuestro discurso, nuestro objetivo no es cómodo, no es fácil de digerir sin una necesaria labor pedagógica previa. Ya sabemos que hemos hecho mucha pedagogía, pero evidentemente no ha sido suficiente. Mucha más es la que nos queda por hacer.
Pero de todo lo que dijo Fernando Iwasaki, quizá lo más importante fue la identificación explícita de nuestros valores, algo que muchos suponíamos que todos teníamos asumidos, y que a la larga se ha mostrado que no era del todo así. Fernando dijo: “UPyD nació para defender principios y no para pastelear con ellos”. Esto como proclama discursiva queda muy bien, y uno piensa que es sencillo de entender y de llevar a la práctica, pero la tozuda realidad nos ha enseñado que no lo es tanto.
Cometimos un error de simplificación imperdonable el día que señalamos como objetivo político romper el bipartidismo. Algunos se quedaron en esa superficie, y no entendieron que no se trataba de eso, o al menos no sólo se trataba de eso. Si se tratara de eso, desde luego lo mejor que podemos hacer hoy sería pactar con Ciudadanos o con Podemos. De lo que se trataba es de regenerar la democracia, de cambiar los vicios, las formas y los modos de la política española, de defender la libertad y la igualdad desde la honradez y de desterrar la corrupción moral, esa que no persiguen los jueces porque no es delito, esa que sólo podemos perseguir los ciudadanos con nuestro comportamiento diario. Y en este empeño los planteamientos ideológicos pasan a un segundo lugar. Tenemos mucho más que ver con quienes tienen claro el valor de la democracia, de la ley, de la palabra dada, de la rendición de cuentas, de la transparencia, de la lucha pasiva y activa contra la corrupción aunque podamos diferir en propuestas programáticas que con quienes esto no lo tienen claro, aunque podamos coincidir en más puntos.
El problema es que la afirmación “venimos a defender principios no a pastelear con ellos”, es tan simple que no se puede aprender. Podemos aprender y aprender a explicar qué significa eso de la transversalidad, de que no somos ni de izquierdas ni de derechas, de hecho nuestros cargos públicos, portavoces y candidatos, llevan 7 años sometidos a un férreo entrenamiento en la materia y ya tienen adquiridas como resortes todas las posibles respuestas. Podemos aprender qué significa nuestro modelo de estado federal cooperativo. A algunos les ha costado más que a otros entenderlo y explicarlo, pero en términos generales lo hemos conseguido, al menos creo que nosotros lo tenemos claro, aunque muchos ciudadanos sigan sin verlo (más pedagogía hace falta). Podemos explicar nuestra propuesta de reforma de la administración, de fusión de municipios, de supresión de las diputaciones. Escribimos un libro sobre el coste del estado autonómico, hicimos propuestas concretas de fusión municipal, y fuimos capaces de explicar a los ciudadanos que no van a perder su pueblo, que se trata sólo de reorganizar la Administración. Los nuestros supieron entenderlo, y si alguno sigue albergando dudas, ahí tienen a Ramón Marcos para aclarárselas. Supimos aprender y por tanto explicar cuál es nuestra propuesta de contrato único indefinido o la de la ley de segunda oportunidad para los hipotecados. Nuestro diputado Álvaro Anchuelo las desarrolló, documentó y justificó perfectamente y ahí están, a disposición de los ciudadanos y de nuestros portavoces y representantes para entenderlas y explicarlas. Supimos explicar en qué consistía la falacia del derecho a decidir. En una intervención memorable de nuestra portavoz Rosa Díez en el Congreso, fuimos capaces de que la entendieran todos los demócratas y que incluso la votaran aunque fuera a regañadientes la inmensa mayoría de los representantes de los españoles. Pudimos entender, porque Toni Cantó lo entendió y nos lo supo explicar, que los animales no tienen derechos, que somos las personas las que tenemos los derechos y por tanto la obligación de no maltratarlos. Por aprender, incluso se puede aprender cómo funciona el mercado eléctrico en este país, cómo se confecciona el precio de la electricidad y como sigue siendo necesario auditar la forma en que se establece la estructura de costes. A Carlos Martínez Gorriarán, profesor de filosofía, no ingeniero industrial ni economista, le ha llevado un buen tiempo entenderlo y explicarlo, pero hoy posiblemente es una de las voces más autorizadas en la materia.
Se pueden aprender y entender muchas cosas, claro que se puede. Pero eso de que con los principios no se pastelea no se aprende en ninguna parte. Eso debemos tenerlo incorporado de fábrica, eso es algo que o lo traemos interiorizado desde niños, o ningún aprendizaje, ningún ensayo teatral, ninguna regla nemotécnica, ningún recitado como si de un loro se tratara lo puede lograr.
UPyD no es un conjunto de puristas jacobinos como algunos nos retratan. No somos ninguna élite moral, simplemente somos como hemos decidido ser, como nos hemos obligado a ser. Tenemos una enorme capacidad de llegar a pactos, de hacer cesiones para alcanzar acuerdos en todas aquellas materias en que sea posible hacerlo. Hemos pactado iniciativas parlamentarias con el PP, con el PSOE con Izquierda Plural, con ERC, con CiU, con el PNV… Somos gente de orden, de sentido común, con los pies en el suelo y pragmáticos en la medida de lo posible y necesario. Pero hacer pactos electorales previos con quienes no compartes principios morales y democráticos básicos, esos que no se dicen, que no se pueden impostar, que no se pueden explicar, esos que sólo se muestran con el comportamiento, eso no es posible. Y esto es algo que se entiende o no se entiende. Son de esas cosas que si para entenderlas hace falta más de una palabra, no merece la pena explicarlo.
Sobra decir que afrontamos estas próximas elecciones con una crisis interna de dimensiones considerables, pero no me engaño si digo que a este partido le queda mucha guerra por dar. Quienes auguran nuestra desaparición son ajenos al carácter indestructible de la moral de los que sabemos que hacemos lo correcto. El mortero que aglutina las piezas de UPyD no es el interés económico, ni el afán de protagonismo, ni la necesidad de alimentar miradas de correligionarios, ni el estar por estar, nuestro mortero es el más potente de todos, la convicción de saber que somos necesarios, que este país no puede permitirse prescindir del único partido insobornable, que pone en riesgo su propia existencia por defender lo que nadie defiende.
Acabo como empecé, recordando a Fernando Iwasaki en Vistalegre hace un año. Él no hizo una arenga política al uso, habló de valores, proclamó los de UPyD y reivindicó la rectitud, la decencia y la honestidad como esas señas de identidad que nunca debemos perder. Culminó su intervención diciendo que los adversarios nos pueden indignar, pero no nos pueden avergonzar, porque no son de los nuestros, que sólo los nuestros pueden hacerlo, que sólo uno de los nuestros puede arrasarnos de vergüenza a todos.
Él se dirigía a nuestros candidatos de entonces, miles de hombres y mujeres, anónimos para la mayoría, y para los que cabía la posibilidad cierta de la duda. Pasado cuatro años, puedo decir que ninguno de nuestros 152 concejales y 17 diputados en el País Vasco, Asturias, Madrid, Congreso y Parlamento Europeo me ha avergonzado. No me avergonzó nuestra concejala en Cartaya ni nuestros concejales en Armilla, que fueron expedientados por mantener pactos postelectorales encubiertos con la fuerza más votada de su municipio, en ambos casos el Partido Popular, desoyendo las directrices de la Dirección y defraudando la palabra dada a los ciudadanos (en el caso de Cartaya el detonante fue su voto favorable a la privatización de la gestión del agua). Ni siquiera ellos me avergonzaron; me defraudaron, me decepcionaron, pero no me avergonzaron. Ese triste honor de avergonzarme lo están consiguiendo otros mucho más significados en estos últimos meses y días, negando la transparencia, mintiendo y practicando la vieja política que vinimos a cambiar.