jueves, 24 de enero de 2008

EL ESPACIO DE UNION, PROGRESO Y DEMOCRACIA

Un análisis de nuestros políticos, sus propuestas, los partidos, sus usos y costumbres, nos debería llevar a la conclusión de que nos los hay malos ni buenos completamente, pero que casi todos forman parte de una clase, la política, que ha sabido adaptarse al sistema democrático que todos nos hemos dado, generando un círculo de interdependencia que a ellos les funciona, y en el que el bien común y el interés general, no negando que pueda estar entre sus fines, no siempre fundamentan la naturaleza de sus decisiones. La democracia se ha convertido en una partidocracia. Los partidos funcionan internamente como un régimen feudal, donde los nobles señores (o sea ejecutivas), garantizan tierras (o sea cargos), a aquellos que le rinden pleitesía y les propician riquezas (o sea votos), en sus respectivos territorios. Y este es un modelo en cascada que más o menos funciona. En la política y la administración, a diferencia de en la empresa privada, un verdadero necio o cretino puede gozar de puesto de responsabilidad, pues no es el mérito propio o la capacidad personal, sino la capacidad de adaptación al sistema referido, el factor que permite prosperar.
Ante este panorama surge una cuestión: ¿un partido que pretenda una cosa distinta como UPyD tiene opciones reales? Es razonable un cierto escepticismo. ¿Cómo evitar que piensen que se trate de políticos profesionales, o sea señores desposeídos de sus tierras, que buscan nuevos territorios para seguir haciendo lo mismo? ¿Realmente se trata de un intento serio de abrir la ventana y dejar entrar aire fresco a nuestra democracia?

Con respecto a la ideología es un acierto negar la etiqueta: renunciar a denominarnos de izquierdas, derechas o centro es revolucionario. La lectura del manifiesto fundacional nos permite sentirnos representados a un amplio espectro de ciudadanos. No en todos los aspectos, ni en las prioridades, pero si en la esencia. Un progresismo avanzado, donde caben liberales y socialdemócratas, donde no caben conservadores, ni nacionalistas, ni socialistas del siglo pasado. Buena parte de su manifiesto se apoya en ideas que encontramos en otros partidos: cortar las pretensiones nacionalistas y no dar tregua al chantaje de ETA ya lo dice el PP, de progresismo y de laicismo ya habla el PSOE, y ambos lo hacen desde tribunas más altas. ¿Dónde está pues la novedad? Sólo dos ideas nuevas: la primera es la de hacer coexistir estas posiciones, sólo aparentemente enfrentadas, en la misma organización. La segunda, es la de pretender mejorar la democracia, revisar la ley electoral, darle el mismo valor al voto del ciudadano con independencia del factor territorial, abrir las listas, revisar los sistemas de financiación de los partidos, las relaciones de éstos con las fuerzas económicas y de opinión, la independencia del poder judicial, las compraventas de influencias y todo lo que corrompe el sistema: regenerar en definitiva la vida democrática.

Cinco mil afiliados en algo más de dos meses, organizaciones activas en todas las provincias. El convencimiento cierto de que al explicarnos encontramos más simpatías que rechazo (salvando los talibanes de uno y otro lado, aquellos que son del partido como pueden ser del Madrid, el Betis, el Paula o la Macarena, y lo serán siempre e irreflexivamente, y aquellos que reflexivamente no coinciden con la base ideológica), el tener la seguridad de que el resto, los votantes del PP menos conservadores, los votantes del PSOE libres y reflexivos, y la gran mayoría de desencantados y asqueados de la política, pueden encontrar en UPD un partido que realmente los represente.

Es normal que estén muy preocupados. Tienen muchas razones para temernos, muchos estómagos que alimentar y muchos favores que pagar... No pueden permitir que se joda el invento. El riesgo de acabar siendo uno más, y asumiendo las ventajas del sistema es grande. A fin de cuentas acabará profesionalizándose la política entre nuestras filas. Si alcanzamos una cierta cuota de poder habrá que ver en qué se traduce eso de que la política es el arte de lo posible, y de a qué estamos dispuestos a renunciar por conservar la posición. Preocuparnos por esta posibilidad ahora no tiene sentido, en estos momentos lo que tenemos que hacer es ocuparnos, ocuparnos de cambiar el sistema, y no perder el entusiasmo en el empeño.