miércoles, 12 de diciembre de 2012

ANDALUCÍA Y EL NACIONALISMO

Sólo los más viejos han conocido situaciones en Andalucía peores que las que estamos viviendo en este 2012.

Los andaluces tenemos muchas razones para estar preocupados, seriamente preocupados. La tasa de paro en el tercer trimestre ha llegado al 35,42%, lo que supone casi un millón y medio de desempleados (exactamente 1.424.200). Esta es la mayor tasa de paro de la historia de Andalucía, superando en más de un punto el record histórico de 1994. Los datos más dramáticos, lejos de atenuarse, se agudizan. Ya superan las 750.000 (757.600) las personas que llevan más de un año buscando trabajo y son 456.600, muchos más que la media española, los hogares con todos sus miembros en paro.

En cuanto al tejido empresarial, operan en Andalucía (58,4) unas diez empresas menos por cada mil habitantes que por término medio en el conjunto del país (68,9), muy lejos niveles de Cataluña (79,8), Islas Baleares (78,6), Comunidad de Madrid (77,3) o País Vasco (75,8).

Es innegable que existen innumerables razones para estar indignados. Sólo tenemos que salir a la calle para tropezarnos con centenares de ellas en cada esquina, en cada barrio, en cada centro asistencial….

Pese a ello los andaluces no hemos recurrido a buscar a culpables externos de lo que nos pasa. Al pueblo andaluz se le puede acusar de muchas cosas, entre otras y posiblemente la más grave, de haber mantenido durante 30 años en el poder al mismo partido y con él a su régimen, su orden de cosas y su sistema de sedación controlada de la sociedad civil y la actividad económica, pero no se le puede acusar de incoherencia, deslealtad o estrechez de miras.

Los andaluces llevamos milenios siendo invadidos pero nunca conquistados, pues siempre hemos acabado conquistando a nuestro invasores y haciéndolos parte de nosotros, sólo hay que darse una vuelta por la Costa del Sol, por el Albaicín, por el poniente almeriense, para comprobar lo que significa integración.

Los andaluces hemos vivido en nuestra historia reciente episodios que nos podrían haber llevado a un nacionalismo reaccionario y desleal, algo que nunca ha ocurrido porque en esta tierra estamos vacunados contra esa enfermedad desde la época tartésica.

Uno de estos acontecimientos fue la implantación de la Ford Motor Company en la ciudad de Cádiz, entre 1919 y 1923. En aquella ocasión, la decisión de implantar una fábrica Ford en la capital gaditana dependió de un directivo americano, quien prefirió realizar la inversión en Cádiz en lugar de en Barcelona porque aquí «hay abundante mano de obra y la ciudad está libre de problemas laborales», según reza en un texto de los archivos de la firma, investigado por Manuel Martínez. En aquellos tiempos Ford estaba interesada en implantarse en un importante puerto español por su situación geoestratégica, para suministrar la zona sur de Europa y norte de África. El 26 de marzo de 1920 nació la Ford Motor Company, Sociedad Anónima Española, con un capital de medio millón de pesetas. Durante los tres años que la firma americana ensambló en Cádiz las piezas de sus coches, la relación entre la multinacional y los 300 gaditanos empleados fue perfecta. El 5 de abril de 1920 salió el primer coche Ford montado por los gaditanos y en el primer ejercicio se alcanzó una media de producción de unos 30 vehículos al día. El personal de la fábrica cobraba entre 12 y 24 pesetas y, como novedad en la época, podía invertir hasta un tercio de su salario en acciones de la empresa. El final de la historia la precipitó el Ministerio de Hacienda español (si espanyol, perquè Espanya ens roba també a nosaltres), según narra Martínez en su libro, que no quiso respetar el acuerdo que beneficiaba a la firma norteamericana con exenciones de impuestos propias de una Zona Franca (entonces, Depósito Franco). Los desencuentros con la administración pública española y una mejor oferta de Barcelona, donde todo fueron facilidades, terminó con la marcha de Ford a la Ciudad Condal.



El caso de Málaga fue mucho más sangrante. Como explica Juan Antonio Lacomba, en 1831 se construyeron en Málaga los primeros altos hornos así como instalaciones de afinado que llegaron a dar trabajo a 2.500 personas y que constaban en 1848 de tres altos hornos, veinticuatro hornos de afino, varios hornos para recalentado y tratamiento de hierro, cobre y otros metales, talleres de laminado, construcción de máquinas, etc. En su mismo recinto surgió una importante industria química que fabricaba ácido sulfúrico. Junto a la actividad siderúrgica, el textil se convirtió en el otro gran pilar del desarrollo económico, con la “Industria Malagueña S.A.” dedicada a la fabricación de hilados y tejidos de algodón, lino y cáñamo seguida, diez años después, de una segunda fábrica algodonera “La Aurora”, como buques insignia. Junto a ellos otras factorías completaron el panorama industrial: la litografía, los curtidos, las pinturas, la sombrerería y toda una serie de industrias alimentarias entre las que las azucareras, los vinos y los licores ocupaban un lugar preferente. En esos años la provincia de Málaga ocupaba en concepto de contribución industrial el segundo puesto en el conjunto de la economía española, por detrás de Barcelona, y se situaba a la cabeza o en posiciones muy destacadas, en sectores de tanta relevancia como la química, la siderometalúrgica y construcciones mecánicas. Posteriormente, ya en el primer tercio del siglo XX, se convirtió en un gran centro de refino, envasado y exportación de aceite de oliva, arrastrando con ello al sector de la fabricación de envases. De igual modo, la metalurgia y las construcciones mecánicas se encontraban en plena actividad. Además de múltiples talleres se crearon importantes empresas como: "La Unión", la "Vers" y la Sociedad Minero-Metalúrgica "Los Guindos", dedicada a la fabricación de plomo. La actividad química se convirtió en el pilar básico de la estructura industrial malagueña de estos años, de la mano de los abonos minerales, y más específicamente de los superfosfatos, se creó una nueva industria química moderna: Unión Española de Explosivos, CROS y San Carlos, que aportaron en estos años una de las partidas más importantes de la balanza comercial malagueña.


No sería justo echar toda la culpa de la paulatina y absoluta desindustrialización que a lo largo del siglo XX sufrió la provincia malagueña a la dictadura de Franco, al centralismo madrileño, a la economía programada que decidió que al textil se debía dedicar Barcelona y a la siderurgia el País Vasco, y que los malagueños mejor se ocupaban del turismo, de servir copas y hacer camas porque tenían más gracejo. No sería justo porque seguro que los malagueños también tuvieron parte de culpa de lo que pasó y porque el turismo ha llegado a ser afortunadamente el pulmón económico no de Málaga sino de toda España, pero debemos coincidir en que si esta tierra no hubiera estado vacunada de la enfermedad del nacionalismo sí habría sido esa la única explicación, el único culpable “exterior”.

Como éstos hay centenares de ejemplos que jalonan la historia y el territorio andaluz, y que en conjunto pueden explicar parte de la situación actual, pero que jamás los andaluces hemos utilizado como coartada para buscar afuera las causas de nuestras propias miserias.

Y no lo hemos hecho porque sería injusto, desleal, de muy cortas miras y sobre todo falso. El sentimiento nacional andaluz es lo que es, un sentimiento, y como tal se expresa en la cultura o en el arte, y no se lleva al terreno de la organización política. Y eso ocurre porque este pueblo sabe que para hacerlo tendría que violar la racionalidad, que en un sentimiento nunca va a encontrar una solución a sus problemas, porque sabe que juntos somos más fuertes y que lo que toca ahora es construir Europa. Y que ningún malnacido piense que a ello obedece un sentido parasitario de la vida, que no recuerde ni el manido PER ni a las gallinas y sus pitas pitas, porque aunque los mecanismos de control deben ser rediseñados y los criterios replanteados, alguien puede tener la tentación de recordar que la minería del carbón o el sector del automóvil llevan acumulando durante décadas subvenciones públicas que superan con creces las recibidas por el mundo rural andaluz o extremeño.

Porque digan lo que digan los profetas mesiánicos, la realidad es que en Andalucía en estos momentos hay 2.597.000 personas trabajando, pagando impuestos y cotizando a la Seguridad Social y en Cataluña 840.400 personas paradas, a las que el Estado garantiza sus necesidades básicas, subsidia y ayuda, y a ningún cretino se le ocurre decir que esos 2.597.000 andaluces mantienen a esos 840.400 catalanes, porque no es cierto, igual que tampoco mantienen a los parados andaluces, murcianos o gallegos, porque todos, uno a uno, contribuimos a ese fondo común de contingencia que son la Hacienda Pública o la Seguridad Social españolas y todos lo hacemos de igual forma en la medida en que sólo de forma individual somos sujetos de derecho, contribuyentes, administrados, ciudadanos libres e iguales (perdón, todos no, los españoles que habitan en el País Vasco y Navarra por no se sabe bien qué leches de privilegios ancestrales anacrónicos que ni PP ni PSOE quieren revisar, se salen de la cuenta común).

En 1986 cuando se formalizó la entrada española en la UE, los criterios que aplicaron al conjunto nacional y que han permitido a España beneficiarse de los fondos comunitarios de desarrollo regional, fueron los que fueron porque se tomó la media nacional, media de la que se escapaba Cataluña por arriba, por lo que de haber sido independiente en 1986 no habría recibido una sola pela, de las que también han regado los campos, las comarcas o las veguerías catalanas durante estos años.

Y así las cosas, como esa familia pobre y numerosa preconstitucional que con el esfuerzo de todos consiguió pagar los estudios del hermano mayor a expensas de que el resto se quedara en casa ayudando a la economía familiar, tenemos que presenciar ahora como el hermano médico funcionario del Estado y con consulta privada, pretende olvidar sus orígenes, ignorar que lo que consiguió lo fue por el sacrificio de todos y apartarse del resto haciendo como que no nos conoce.

Sea por convencimiento propio o por que haga las cuentas mejor y compruebe que no le interesa renunciar a la hacienda familiar, a la finca del pueblo y a cualquier otra cosa que pudiera heredar, evidentemente esto no puede ser, ni va a ser, pero para asegurarnos de ello, en esta tierra cuna de Averroes o de Trajano tendremos que patentar nuestras vacunas contra el nacionalismo y empezar a producirlas en serie, distribuirlas por toda España, y de camino mandar un buen cargamento, lo paguen o no, a la Alemania nacional-liberal de la señora Merkel.