miércoles, 9 de mayo de 2012

DEMOCRACIA INTERNA

Muchos sabrán, no sólo los afiliados de UPyD en Andalucía, sino los ciudadanos más o menos interesados por la política y este partido, que en estos días andamos de proceso electoral interno en Andalucía: tenemos que elegir al Consejo Territorial, órgano que deberá asumir la dirección del partido en Andalucía hasta la celebración del Congreso Nacional el próximo año. Y lo sabrán porque al margen de los mecanismos reglamentarios internos establecidos para la campaña, muchos afiliados, miembros de las candidaturas o no, se han lanzado a las redes sociales a explicar por qué consideran mejor una candidatura u otra.

Algún tuitero me ha preguntado sorprendido por qué hacemos campaña electoral interna en las redes sociales y si eso no nos puede perjudicar. La verdad es que la pregunta tiene su miga, y no voy a eludir una realidad: tanto en Facebook, como en Twitter, el fragor de la dialéctica y el debate puede hacernos a todos incurrir en expresiones que jamás haríamos a un compañero teniéndolo delante, y el riesgo de perder las formas, incendiar mechas y abrir heridas existe.

La pregunta tiene una respuesta fácil: ese riesgo merece la pena. Merece la pena porque la democracia interna no es una lucecita montada para escena sino genética. Cuando este partido se dotó de mecanismos democráticos reales (todos los afiliados votan, sin delegados ni representantes), para la elección de todos sus órganos, o la de sus candidatos (todos los procesos implican la elección mediante primarias de los mismos), sabía que asumía un riesgo: el de generar heridas, el de confrontar compañeros, el de exponer públicamente nuestras pequeñas miserias… Claro que es un riesgo, pero un riesgo que merece la pena.

UPyD es revolucionario, algunos dicen que incluso jacobino, en cuanto a su posición política, porque el sentido común es tan raro que tenerlo empieza a ser revolucionario, porque no tener complejos, ni lastres o creer en la democracia es tan escaso que empieza a ser revolucionario.

Pero también UPyD es revolucionario en su funcionamiento interno: ni somos la empresa del PP, cuyos accionistas están encantados con las designaciones digitales siempre que haya reparto de beneficios; y ahora con la ampliación de mercado que han logrado el reparto ha sido muy satisfactorio, sobre todo considerando que todos los recortes los estamos soportando los ciudadanos, porque lo que es cargos políticos ya ha demostrado no estar el PP dispuesto a reducir el superávit de 300.000 sobre Alemania con el doble de población (la empresa que va bien es el PP, otra cosa es la empresa España); ni somos el PSOE, con su democracia aparente de PowerPoint y marketing, y su realidad de llamadas telefónicas, comidas de compromiso y encuentros casuales con compañeros “militantes”, momentos en los que se teje esa red clientelar que luego exportan a las instituciones.

En UPyD confrontamos propuestas y modos de ver las cosas en público porque apelamos al libre albedrío de nuestros afiliados como lo hacemos al de los ciudadanos, porque no hay otra forma de llegar a todos y cada uno de ellos y porque hacerlo en público no nos avergüenza porque no tenemos nada que esconder. Sabemos que otros partidos estas cosas las resuelven de forma mucho más discreta, aunque sean televisivamente públicas, con explosiones controladas a lo Tomás Gómez o Carme Chacón o periodísticamente públicas a lo González Cabañas o Pizarro, pero también muy controladas. Esto ocurre porque en UPyD no tenemos barones locales que “controlan a los suyos” y votan en masa según acuerdos, porque ni votamos a los amigos, a ni a las personas afines, sino a lo que conviene a los ciudadanos y al partido (y en este orden), porque en UPyD no se escucha ni un “acuérdate de mí, que yo me acordé de ti”, ni un “¿Qué hay de lo mío?”, ni un “¿Tú qué me ofreces?”, ni un “no te preocupes que yo tengo controlados a los 40 de mi agrupación local”, ni un “vamos a sentarnos que tenemos que hablar de reparto”. Afortunadamente tampoco tenemos que pasar la vergüenza de ver a un compañero a la puerta de la sede con una mesa plegable, recogiendo firmas y avales, para poder ilusamente intentar trepar la inexpugnable fortaleza de la partitocracia.

Y es que lo tendremos que repetir mil veces si hace falta: hemos nacido porque éramos necesarios, y dejaremos de ser necesarios el día que dejemos de ser diferentes, el día que se nos olvide que el fin no justifica los medios, el día que dejemos de creer en lo que creemos.

Por cierto, por si alguien a estas alturas no lo sabe, formo parte de la candidatura número 1 y para ella pido el voto a mis compañeros. #EstoyconMartín.



viernes, 4 de mayo de 2012

¿POR QUÉ ESTOY CON MARTÍN?

Estoy con Martín por la misma razón que estoy en UPyD, exactamente la misma. Porque considero que UPyD es una necesidad, que la sociedad española y andaluza necesita alguien que diga lo que hay que decir y haga lo que hay que hacer sin los dogmas, lastres y complejos arrastrados tras más de 30 años de democracia y porque es una obligación con nuestros votantes y con los ciudadanos ofrecerles un instrumento para cambiar las cosas, para regenerar la democracia, algo que sólo podemos hacer con un partido sólido y estable.

Con ese objetivo principal, creo firmemente que Martín de la Herrán y el equipo que ha articulado es el que garantiza esta solidez y estabilidad, y lo creo porque ambos atributos son indisolubles de la unidad y la sintonía sin fisuras con el proyecto nacional y revolucionariamente racional que es UPyD.

Los afiliados de UPyD en Andalucía hemos encontrado por fin una persona que despierta el consenso necesario, que nos ha puesto de acuerdo desde un liderazgo natural, no forzado, que nos ha hecho sentirnos orgullosos y bien representados. Hemos encontrado un activo al que no podemos renunciar.

No tengo ninguna duda de que Martín es el mejor coordinador territorial que UPyD puede tener en Andalucía, porque Martín representa en UPyD lo que UPyD representa en la política española: equilibrio, sensatez y sentido común.

Y quiero que se me entienda: el equipo de personas que conforman la otra candidatura es excelente, tan bueno como el que conformamos la de Martín y tan bueno como el que conformarían muchísimos afiliados que no forman parte de ninguna de las dos candidaturas. Tengo una absoluta confianza en todos sus miembros, como la tengo en casi todos los afiliados, pero no se trata de tener confianza, ni de valorar sus capacidades, sino de decidir lo que mejor le conviene al partido en estos momentos, y no tengo ninguna duda que lo que más le conviene es fortalecer la proyección que Martín ya ha empezado a generar en los andaluces, y eso se hace demostrando unidad en torno a él, legitimándolo y por tanto votando su candidatura. No se trata de otra cosa.

Si se tratara de articular el equipo con los mejor formados habríamos realizado una selección basada en los perfiles curriculares, si se tratara de elegir a los más motivados, habríamos preguntado a cada uno de nuestros consejos locales, y todos ellos nos habrían aconsejado a esos centenares de compañeros que son el alma del partido, los que siempre están cuando se les necesita, los que nunca fallan, ni a un reparto callejero, ni a un acto público…., pero no se trata de eso. Se trata de decidir lo que mejor convenga a UPyD en estos momentos en Andalucía, y eso es estar con Martín.

En la otra candidatura, y por supuesto fuera de ambas, tengo grandes amigos, personas de las que he aprendido mucho, que han estado siempre ahí para ayudar al partido desde la humildad y la honradez y que por cuya sola existencia a este ciudadano le ha merecido mucho la pena estos casi cinco de incursión en la política. Por eso que nadie se equivoque al ponderar este “litigio” interno. Ya sabemos que la democracia española no está acostumbrada a este tipo de política, a este tipo de partidos, a que podamos “discutir” públicamente sin perder las formas ni el norte, sin tener que disimular compañerismo, porque el respeto y el cariño son ciertos, sin tener que poner cara de chacones y gallardones, sin creer eso que se dice en política de que “fuera están los adversarios porque los enemigos están dentro”. Este partido también en eso es revolucionario. Y eso nos pasa porque si creemos que UPyD no es más que un instrumento, no un fin en sí mismo, cómo podríamos pensar otra cosa de los órganos internos y las personas que sólo somos herramientas circunstanciales del instrumento.

Nuestras “discusiones” no son más que las que tendrían dos hermanos por hacer la cama o poner la mesa, no por escaquearse. No hay ninguna posibilidad de que afecten a la unidad familiar, porque todos al día siguiente sabemos que tenemos que seguir trabajando y defendiendo LO QUE NOS UNE. Y lo que nos debe unir ahora es el enorme trabajo que tenemos por delante, trabajo que Martín y su equipo, Patricia, Nacho, Charo, Carolina, Ramón, Mateo, José María, Puri, Paloma, Manolo, Rocío, José Luis y yo mismo, podemos abordar con la colaboración y la confianza de todos los afiliados andaluces.



jueves, 3 de mayo de 2012

POLÍTICA DE FRANQUICIAS

¿Cuál es el objetivo de un partido político? Una primera respuesta, posiblemente la que daría una gran mayoría de españoles, es la de ganar elecciones y ostentar el poder en las instituciones. Si esta fuera la finalidad de un partido político, las medidas a adoptar, las cosas a hacer, deberían tener más que ver con la mercadotecnia que con la política.

La respuesta debería ser otra: el objetivo de un partido político es acceder al poder para concretar sus propuestas para la organización social, es decir, aquellas que conduzcan a la consecución de sus ideales y principios. La acepción de la Real Academia Española del término “partido” abunda en el mismo sentido: “conjunto o agregado de personas que siguen y defienden una misma opinión o causa”. Por lo tanto, la definición de partido político lleva inherente la existencia de ideales, principios y objetivos políticos ¡menuda cosa!

Todos los partidos tienen estos ideales escritos en sus estatutos, resoluciones políticas o programas. El Partido Popular se define como una formación política de centro reformista al servicio de los intereses generales de España que quiere distinguir su actuación general por un compromiso renovado con el derecho a la vida, la integración y el respeto a las minorías y la defensa y solidaridad con las víctimas de la violencia en todas sus manifestaciones, así como la protección del medio ambiente. El Partido Socialista Obrero Español en cambio se define como una organización política de la clase trabajadora y de los hombres y mujeres que luchan contra todo tipo de explotación, aspirando a transformar la sociedad para convertirla en una sociedad libre, igualitaria, solidaria y en paz que lucha por el progreso de los pueblos. Sus objetivos y programas son los fijados en su Declaración de Principios y en las resoluciones de sus congresos.

¿Qué les ha pasado?, porque es evidente que han perdido el norte. Es de razón que para lograr esos objetivos sea necesario ganar elecciones y alcanzar cotas de poder, pero también lo es que han confundido el fin con el camino, el objetivo con el medio. Han olvidado que los partidos sólo deberían ser instrumentos para alcanzar sus fines.

Las empresas tienen su objetivo mucho más claro. Se trata de ganar dinero. Para ello las hay orientadas al cliente y las hay orientadas al producto. Éstas últimas saben que tienen que vender su producto y todo su esfuerzo, su ingenio, sus actuaciones, se centran en convencer al cliente de que éste es el mejor, el que necesita, o en provocar la necesidad. A Coca Cola no se le ha ocurrido nunca elaborar Coca Cola caliente para el mercado groenlandés, pero sí diseñar campañas de comunicación que lleven a los groenlandeses a desearla, incluso a 15 bajo cero. Las orientadas al cliente venden lo que sea, lo que el cliente quiere, necesita, cree que quiere o cree que necesita. Es la estrategia del comerciante de zoco o del consultor de ESADE: “dile a tus clientes lo que quieren oír y llévalos a tu terreno”.

Resultaría lógico que los partidos políticos, salvando todas las distancias, y sobre todo, sustituyendo el marketing y por supuesto la publicidad engañosa por la pedagogía, optaran por la primera estrategia, porque deben tener un fin, un objetivo superior al electoral, un producto.

Pues no es así. PP y PSOE han decidido desde hace años optar por la orientación al votante, y eso les hace decir en cada lugar y en cada momento lo que creen que les dará mejor resultado. Esta realidad nos ha traído el concepto de lo políticamente correcto, del oportunismo electoral, nos trae las inauguraciones y los cortes de cinta en el último cuarto de la legislatura, nos trae el veto a la palabra “crisis”, o el “no subiremos los impuestos”, y desgraciadamente nos trae la peor de las perversiones: cambiar el discurso en cada lugar, dar carta de naturaleza a las distintas “sensibilidades territoriales”, lo que les ha acabado llevando a una política de franquicias: comparten logo, plataforma logística, presupuesto común, marketing, pero en cada feudo territorial, tanto los barones socialistas como los gerifaltes populares, tienen su negocio propio, sus objetivos electorales, sus estómagos que alimentar y la venia de sus respectivos “servicios centrales”, para decir lo que haya que decir y hacer lo que haya que hacer con tal de mantener la estructura.

Eso es lo que hace Alicia Sánchez Camacho cuando pide a Rajoy “un gesto hacia Cataluña”, y se siente incapaz de defender en esta comunidad autónoma la ley de Presupuestos Generales del Estado, no porque esta sea mala para España, para reactivar la economía, para garantizar los derechos ciudadanos, sino porque no trata a Cataluña de la forma diferencial que allí se espera (o eso cree y dicen las encuestas). Eso es lo que hizo Javier Arenas cuando pactó en Andalucía con el PSOE e IU un Estatuto inconstitucional (las competencias sobre el Guadalquivir fueron arrojadas por la Justicia a los rostros de todos ellos), con previsiones competenciales idénticas a las de un Estatuto catalán que el mismo PP recurrió al Constitucional. El miedo a verse retratado como antiandaluz hizo al eterno aspirante abrazar lo que le pusieron por delante, algo no muy complicado para alguien a quien las convicciones se las revisan diariamente los asesores de imagen (los mismos que le recomendaron no acudir al debate televisado, ¡menudos fichajes!).

En el caso del PSOE esta política de franquicias es innecesario ilustrarla. Ellos la llaman estructura federal. El PSOE se ha convertido en una suma de taifas, partidos regionales, baronías, asociación de intereses, que ya ni mantienen una imagen común. En Cataluña, País Vasco o Incluso Madrid, hace tiempo que decidieron eliminar la E de España porque tenía mala “venta”. Con respecto a políticas y principios, pues ya me dirán que tienen en común Jesús Eguiguren, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, Odón Elorza o José Bono. Bastante menos que los propietarios de una franquicia de un McDonalds de Leganés o de Reus. Sí, hasta McDonalds tiene mayor coherencia interna.

En este orden de cosas, un partido como UPyD es revolucionario por la sencilla razón de que no ha nacido para ganar elecciones a cualquier precio, desde luego no al precio de decir lo que electoralmente convenga decir en cada sitio y en cada momento. UPyD tiene muy clara su vocación humanista y europeísta; ha explicado y sigue explicando donde haga falta en qué consiste su patriotismo constitucional, diametralmente opuesto a la sentimentología nacionalista; no necesita travestirse, ni coaliarse, ni renombrarse para adaptarse al paisaje provinciano. UPyD dice en Navarra y País Vasco estar en contra de los privilegios forales, en Carboneras estar a favor de derribar la mostruosidad del Algarrobico y en Badajoz se manifiesta en contra de la refinería Balboa. UPyD considera que no podemos renunciar a la energía nuclear, y lo dice donde sea necesario decirlo. UPyD defiende cuestiones nacionales, porque son cuestiones básicas, principios fundamentales que no deben tener una expresión territorial: la justicia, la educación, la sanidad no entienden de hechos diferenciales, ni distintas sensibilidades, ni realidades nacionales, ni otros engendros. Lo de UPyD no es centralismo, es centralidad.

Y esta naturaleza tiene también su reflejo en la organización interna. UPyD no necesita mantener cuotas territoriales porque que se sepa no tiene ningún territorio afiliado, sólo personas. UPyD no necesita acoger en su seno las diferentes sensibilidades culturales, porque no ha nacido para proteger derechos históricos ni ancestrales, sino humanos. En UPyD lo que cada órgano territorial hace es traducir a su respectivo ámbito geográfico las cuestiones generales que motivan su existencia, sin intentar condicionar sus principios por pretendidas necesidades particulares de cada región. La dirección de UPyD es una, no la resultante de los tiras y afloja de 17 direcciones territoriales. La cercanía al territorio sirve para hacer pedagogía, para conocer problemas concretos y ofrecer soluciones apropiadas, no para alimentar estructuras clientelares. UPyD está para ser, no es para estar.

Y por si alguien no se ha enterado aún, como dice Rosa Díez, esos principios fundamentales pasan por reivindicar el libre albedrío, el pensamiento crítico, la libertad y la igualdad en igual medida; ejercer nuestra condición de ciudadanos libres e iguales, que toman decisiones y asumen riesgos al tomarlas; reivindicar la ciudadanía, lo que está íntimamente ligado con la transversalidad y la negativa a caer en los viejos dogmas, con el compromiso de reivindicar las ideas frente a las ideologías, el pensamiento libre frente a la disciplina, el individuo frente a la tribu.