domingo, 21 de junio de 2015

UNA DE CONCEJALES...

Esto ocurrió hace ya unos años.

Fue en un pueblo del sur de España. Llevaba ya seis años colaborando con una empresa suiza especialista en energías renovables en la promoción de un parque eólico. La tramitación completa, desde que se registró el primer papel en un órgano de la Administración hasta obtener la licencia de obras supuso la friolera de 11 años. Nunca olvidaré el día que mi cliente me preguntó si creía que la obtendríamos en 2 o 3 años. Le dije que mi experiencia me decía que no lo creía, que sería algo más, 4 ó 5. Nunca supusimos ni él ni yo, que finalmente serían 11. Él tras lograr este éxito (lo fue considerando que promovió otros 14 parques en Andalucía que no la obtuvieron), no volvió a invertir en España, es más, nos puso en su lista negra de países "business unfriendly". Yo no volví a dar a un cliente una fecha ni aproximada, cuando de procedimientos administrativos en los que están involucradas distintas administraciones depende. Ambos aprendimos. Hoy somos amigos. Él hace negocios en Ghana y yo lo intento en Colombia.

Pero volvamos a la historia, otro día hablaremos de plazos administrativos, arbitrariedades, seguridad jurídica y desarrollo. Como decía, habían pasado ya unos seis años desde que había presentado el proyecto al alcalde e iniciado los trámites ante la Junta. Ya había conocido dos corporaciones socialistas, y ese día vino expresamente a conocer al nuevo concejal de urbanismo surgido tras las recientes elecciones. Llegó al aeropuerto de Málaga en un vuelo procedente de Zurich a las 10:00 de la mañana, lo recogí y a las 12:00 estábamos en la puerta del despacho del flamante concejal. Era de Izquierda Unida, quien no había ganado las elecciones pero había adquirido la responsabilidad de la tenencia de alcaldía de urbanismo y medio ambiente tras un pacto con el Partido Popular y el Partido Andalucista. Si, un tripartito que sólo tenía en común el objetivo retirar al PSOE de un ayuntamiento en el que había estado haciendo y deshaciendo a su antojo durante muchos años.

Recuerdo que nos hizo esperar algo así como una media hora, y nos hizo pasar. Y allí estaba él: treinta y tantos, barbas descuidadas, camiseta blanca por fuera de un pantalón vaquero con una consigna reivindicativa (en aquella época no había mareas, pero algo reivindicaba, de eso estoy seguro), y chanclas de verano que mostraban los cinco dedos de los pies con sus respectivos pelos. El teniente de alcalde se levantó, nos dio la mano, y con la educación justa para excusar la demora nos hizo sentarnos para oír lo que teniamos que decirle. Básicamente que esperábamos que los avances que habíamos logrado con la anterior corporación no se vieran frenados por un partido que históricamente había mostrado un gran interés por la defensa de las energías renovables. Se limitó a escuchar, a salir del paso como pudo, y a hacer un par de comentarios intrascendentes que ilustraban su absoluto desconocimiento del proyecto, pese a que la reunión se había convocado dos semanas antes, llevaba ya varios meses en el cargo y en un anterior encuentro con el nuevo alcalde popular se había excusado en el último momento y no había aparecido.

Yo en aquel momento sentí una profunda vergüenza ajena y propia, porque se trataba de mi país, de algo que quiero. No entendía como un representante de los ciudadanos, alguien que había adquirido el honor de representar a sus vecinos, no era capaz de darse cuenta que el cargo obliga a un mínimo decoro y a una responsabilidad. A mi tampoco me gustan las chaquetas ni las corbatas, y solo represento a mi empresa, pero uno debe saber estar. El concejal de urbanismo de una ciudad de más de 50.000 habitantes de la provincia con más paro de Europa, mostró a un empresario de Zurich la cara B de la marca España y dónde no es seguro invertir. Al salir mi cliente no me dijo nada, pero yo sí saqué el tema y le pregunté si en Suiza sería normal que un cargo público recibiera a un inversor de esa guisa. Me dijo lo obvio, que no era normal ni en Suiza ni en ninguna parte de Europa, ni el atuendo, ni la indiferencia, ni la falta de profesionalidad.

En estos días, y reconociendo que aunque aquel hombre no tuvo un especial papel en el devenir del proyecto, ni positivo ni negativo, al menos no fue un obstáculo, no puedo dejar de acordarme de él y de pensar en los centenares que como él hoy estrenan despacho en pueblos y ciudades de toda España, grandes capitales incluidas, con las cabezas mucho peor amuebladas aun. Personas sin oficio ni beneficio, que consideran a los empresarios enemigos a batir, que no han sentido el vértigo de tener que pagar una nómina en su vida, que viven pegados a su sentido de la realidad social y absolutamente ausentes de la realidad económica. Personas que ponen sus trasnochadas ideologías, taras y traumas por encima del sentido común y la educación más elemental.

A todos hay que darles la bienvenida, y pedirles que no nos avergüencen como lo han hecho los salientes, no por meter la mano en la caja, algo que no creo que hagan, sino por intentar promover inservibles revoluciones de camiseta que ni tocan ni son útiles. La revolución de la honradez sensata o la sensatez honrada es la única que sigue pendiente en este país. 

Aquí quedo, esperando que levanten esas alfombras que ahora pisan y abran las ventanas para que nunca jamás a nadie le salga barato corromperse, y si pueden hacer todo eso sin arruinar al país, mejor..., es lo deseable.