lunes, 27 de septiembre de 2010

Farándula, cultura y política

“Yo no maldigo mi suerte, porque minero nací, aunque me ronde la muerte, no tengo miedo a morir …”, así se expresaba en 1955 Antonio Molina uno de los más grandes cantantes que ha dado este país. No se me ocurre una forma mejor y ciertamente bella de manifestación del conformismo, de la docilidad, de la resignación y de defensa de los valores del régimen político que los españoles padecíamos en 1955.

No es desde luego el único ejemplo, el poema Trigo Limpio de Rafael de León, que Pepe Pinto interpretó con enorme éxito en 1950, ha pasado a la historia como posiblemente la más brutal escenificación del machismo reinante en la España nacionalcatólica de la época.

Ni Pepe Pinto, ni Antonio Molina, ni ninguno de los grandes artistas de la copla que triunfaron en los 40, 50 o 60 sentían ninguna necesidad de denunciar las injusticias del régimen franquista. Muy al contrario, formaban parte de un sistema al que estaban perfectamente adaptados. No tiene sentido morder la mano que te da de comer, pensarían aquellos artistas españoles de mitad de siglo XX. Siempre es más fácil vivir conforme a los cánones establecidos, formar parte del rebaño y aprovechar las ventajas que inevitablemente proporciona el apego al poder.

También el Nuevo Estado (como por entonces se denominaba al régimen de Franco), sintió una inmediata preocupación por la industria cinematográfica, cuya incidencia política y social era especialmente importante. Por eso, desde 1940, se dedicó a estimularla, mediante distintos sistemas proteccionistas, que cineastas como Florián Rey, Benito Perojo, o Edgar Neville supieron aprovechar.

Al régimen de Franco le llegó su hora. Llegó un momento en el que la necesidad de libertad era tal, la atmósfera tan irrespirable, que el mundo de la cultura acabó reaccionando. Entonces aprendimos que “si yo tiro fuerte por aquí y tú tiras fuerte por allí, seguro que cae, cae, cae, y podremos liberarnos”, aprendimos que “este país no necesita palo largo y mano dura para evitar lo peor”, que "en la planta 14 el chófer del patrón se sentía desplazado, que era un hombre prudente, bien domado”… Y en el cine nombres como Luis García Berlanga, Elías Querejeta o Basilio Martin Patino supieron y quisieron denunciar lo denunciable, burlando la censura de la época y arriesgando.

A estas reflexiones me lleva el acto que ayer reunió al grupo de la ceja, esos que por excesiva extensión los medios de comunicación denominan “el mundo de la cultura”, en torno a los sindicatos convocantes de la pseudohuelga general del día 29. Cantantes y actores, que llevan varios años mostrando pública y notoriamente su apoyo a una forma de hacer política que les va bien, pues también ellos han sabido adaptarse al sistema (hasta tal punto que han colocado a una de los suyos en un Ministerio), artistas que no tienen necesidad de denunciar nada, que se consideran progresistas, aunque lo único que les preocupa es conservar lo conseguido, sin ningún interés porque nuestra democracia progrese. Siguen anclados en los viejos postulados de la lucha de clases, argumento vácuo ya superado en la Europa del siglo XXI. Lo que era necesaria rebeldía en los 70 hoy no es más que trasnochada melancolía, consignas y etiquetas. Ya no existe la canción protesta, la han sustituido por las reuniones de respaldo.

Forman parte de la cultura oficial, y permanecen impávidos entorno al pesebre de un rancio conservadurismo. Igual que la niña Marisol, el engendro del régimen franquista que Doña Carmen Polo llevaba a los jardines del Pardo a jugar con sus nietas y tomar chocolate, igual que las flamencas de los sesenta que se buscaban la vida en los saraos nocturnos ante gobernadores civiles y ministros, los actuales pastelean en los centenares de despachos del poder, contratando giras, firmando compromisos de aceptación de subvenciones o montando plataformas de apoyo a ZP. Con su sindicato vertical, la SGAE, andan por ahí, custodiando la doctrina de la fe en este sistema y en la sectaria ideologización con la que filtran la realidad.

Lo más triste es reconocer que no sienten la necesidad de denunciar, de criticar nada. Han perdido la sensibilidad, ya ningún estímulo despierta la rebeldía. Ya sabemos que la España de 2010 no es la de 1975, ni tenemos los mismos problemas, ni cabe esperar las mismas reacciones, no sería de recibo caer en esa demagogia. Pero en la España de 2010, tras más de 30 años de democracia imperfecta, hay muchas cosas por arreglar, mucho por lo que quejarse. En un país con más de cuatro millones de parados, con una tasa de paro que duplica a la media de europea, donde el voto de los ciudadanos no vale lo mismo en todas partes, donde los privilegios fiscales de determinados territorios se han consagrado, donde la justicia no es libre ni independiente del poder político, donde la educación es la peor de Europa y se ha convertido en un arma al servicio de los nacionalismos uniformadores, y donde una administración gigantesca, desproporcionada, multiplicada por 17, lastra cualquier posibilidad de progreso real, al mundo de la “cultura” no se le oye. Ni están, ni se les espera.
Si se calla el cantor, calla la vida¸ cantaba Mercedes Sosa, pero aquí hace demasiado tiempo que están callados, que sólo abren la boca para adular o para llamar delincuentes comunes a los presos de conciencia cubanos. Ya sólo les queda decirnos que no maldigamos nuestra suerte, que ciudadanos de España nacimos y que no hace falta que aspiremos a más, como hace 60 años le decían a la pobre de Maria Manuela, cuando se quería poner guapa.



3 comentarios:

guille dijo...

Hola compi, que razón llevas. Aunque la parte critica de esta sociedad durmiente empieza a despertar y a cantar las injusticias que nos rodean. Esperemos que esta nueva canción nos lleve a ganar el tan afamado festival de Eurovisión. Saludos

Francisco José González dijo...

Que ilusión me hace tu comentrio, es el primero de esta nueva etapa en la vida del blog.

Jose L RAya dijo...

Pacoglez,
hecho de menos tu creación epistolar, este estaba muy bien, espero otros.

un abrazo, compañero.