sábado, 27 de septiembre de 2014

NACIONALISMO: DEL PARLAMENTO A LA CALLE

No hay nada mas cobarde que el dinero, dicen los que se dedican a las finanzas. Solo tenemos que comprobar como la más trivial de las noticias o incluso rumores afectan las decisiones de los inversores y arrastran a los mercados de valores internacionales. Esto es así porque el desarrollo económico necesita seguridad. La atracción de inversiones, el empleo, el desarrollo, la  prosperidad de un país están íntimamente ligados a la seguridad y estabilidad que sus instituciones pueden ofrecer a sus ciudadanos y empresas.    

La seguridad jurídica es posiblemente el elemento que marca la diferencia de una forma más clara entre los países desarrollados y aquellos en vías de desarrollo, y en esa materia España ha demostrado numerosas veces ser un campo minado. Las primas a las renovables, la urbanización del litoral fuera de ordenación, los eternos plazos administrativos, o una maraña competencial que constituye una auténtica ginkana para los inversores, son solo ejemplos de esta realidad.

No obstante, no hay mayor inseguridad jurídica, mayor inestabilidad, mayor riesgo aparente y real que el que se deriva de poner en cuestión los pilares básicos de nuestro Estado de Derecho, de nuestro ordenamiento, de nuestra convivencia..., y esto es algo que el pulso secesionista catalán está haciendo sin reparos ni paliativos. Un país que se sigue preguntando quién es, es terreno abonado al subdesarrollo.

Frente a esta realidad está el paraíso imaginario de la paleo izquierda. Los que aspiran a un mundo ideal mil veces experimentado y mil veces fracasado, en el que un estado benefactor planifique la economía, limite las libertades individuales en beneficio de la comunidad, en el que la propiedad privada esté supeditada al Estado, en el que se fijen sueldos, se repartan bienes y servicios. Ese comunismo cavernario, disfrazado de progresismo, pintado de verde, morado o rojo, etiquetado bajo novedosas marcas, edulcorado si es necesario para encajar con mayor facilidad en la mercadotecnia de las ideas, necesita justo lo contrario: la revolución necesita agitación social, descontento, indignación, cabreo generalizado, injusticia, subdesarrollo, paro, miseria. Solo en ese caldo de cultivo puede ofrecer sus soluciones y extenderse. La revolución es incompatible con instituciones democráticas, a las que no pretende reformar, sino destruir. La izquierda revolucionaria se desenvuelve mejor en las calles. Prefiere las plazas a los parlamentos, las huelgas a los acuerdos, el paro al empleo, las barricadas a las mesas de diálogo... En este sentido se entiende perfectamente que se apunten a cualquier movilización, que estén pancarta en mano al frente de lo que sea sin dejar pasar ninguna oportunidad de agitar la coctelera.



En España, a lo anterior se suma otro hecho singular: nuestra extrema izquierda se avergüenza de su país. A diferencia de lo que ocurre en otros lugares, donde sus comunistas no renuncian al patriotismo, en España, cuarenta años de dictadura, y una transición que no permitió la venganza por ellos anhelada, han servido, sirven y seguirán sirviendo como excusa para que les produzca sarpullidos cualquier símbolo nacional, cualquier elemento de unidad y de defensa de lo común.

Considerando estas dos cuestiones es normal que la izquierda española haya hecho suya sin ningún matiz las reivindicaciones nacionalistas de independencia, aunque no haya nada más reaccionario, menos progresista y más socialmente injusto que el nacionalismo. Solo esto explica que desde la izquierda se puedan priorizar los derechos de los territorios a los de los ciudadanos, los de los "pueblos" como realidades culturales frente a los del pueblo soberano jurídicamente constituido. Esto explica que desde IU o Podemos se defienda el derecho a autodeterminación de territorios dentro de un Estado de derecho, algo que la propia ONU sólo reserva a aquellos pueblos que sufren una persecución o discriminación extrema y sistemática (resolución 2625 (XXV)).

El nacionalismo no es más que una de las más rancias formas de populismo, y como todos los populismos tiene en común la tentación de ofrecer explicaciones simples a problemas complejos: para la ultraderecha francesa de Lepen son los inmigrantes, para los yihadistas los infieles, para los euroescépticos es Europa, para Beppe Grillo son los políticos, para Podemos o IU, el capital, la banca y el libre mercado, y para los independentistas catalanes, es España. Todos tienen a mano la explicación a todos los problemas y un dedo acusador presto y bien afilado. Y de entre todos los populismos, el nacionalismo es el más peligroso, es remar hacia atrás en el río del devenir de la historia de la Humanidad, aunque una izquierda que sigue persiguiendo su Revolución y en España venganza, lo vea como un aliado circunstancial interesante que puede ayudarles a alborotar el gallinero, ignorando que el nacionalismo es lo más alejado del progresismo que dicen defender. Es el "regresismo", el regreso a unos siglos XIX y XX que contaron por millones los muertos en la vieja Europa, algo que parece no importar a estos defensores de la "justicia social". 

Por eso, claro que a IU y a Podemos les interesa el proceso independentista catalán, les interesa en la medida en que pueda derivar en disturbios, en caos, en agitación social... Necesitan jugar en casa, en ese terreno en que se desenvuelven como pez en el agua, en ese río revuelto. 

Lo que es más difícil de entender es que las clases medias catalanas hayan sido afectadas por este virus. Que a los votantes de CiU, empresarios, comerciantes, industriales, alumnos de escuelas de negocio, investigadores, universitarios, funcionarios, personas de orden, con hijos, casas, hipotecas, sueños, personas que tienen algo que conservar, los hayan llevado al huerto independentista, no tiene ningún sentido. Animados por las emociones identitarias, legítimas y humanas, enfervorecidos por la pasión de la defensa de lo propio, de lo culturalmente propio, están haciendo el juego a los que desprecian las libertades de las que gozamos.

¿De verdad creen que la independencia saldría gratis? ¿Cómo han podido dejar que la emoción les nuble la razón? Deberían saber que la economía puede aguantar un día al año de "uves", cadenas o manifestaciones, pero no las soportaría varias semanas, deberían saber que los contenedores y autobuses quemados en las calles y los pasamontañas no gustan ni en Wall Street, ni en la City de Londres (y sí, los centros financieros internacionales influyen en nuestro bienestar), deberían percatarse que las decenas de miles de cruceristas que se pasean por las Ramblas todas las semanas lo pueden dejar de hacer. ERC se frota las manos con esta perspectiva, no por la independencia, que solo es una meta volante, sino porque ese es campo abonado para el nacimiento de ese Estado Protector que anhelan dirigir. Y recordemos que los sacrificios humanos jamás les han importado, a fin de cuentas ¿qué son para los arquitectos sociales unas miles de abejas en una colmena?






No hay comentarios: